¿Y si fuéramos sólo ratas?
Aprendí que somos más parecidos a las ratas de lo que nos gustaría. Ratas enjauladas que desesperan para obtener algo que calme sus necesidades, salvo que en nuestro caso no se trata de comida. Ellas, omnívoras, no hacen ascos a frutos, raíces, pequeños insectos o incluso a desperdicios de nosotros los humanos. Nosotros buscamos satisfacer nuestras necesidades de una manera determinada, pero si no lo conseguimos, probaremos con otros caminos hasta obtener algo que nos calme, a menudo bastante diferente a lo que buscábamos inicialmente. Y desde luego no siempre nos satisface lo suficiente. No es extraño que una rata devore a sus congéneres, como no es extraño que nosotros destrocemos a los nuestros. Y todos los hacemos, en mayor o menor medida.
Aprendí que somos más parecidos a las ratas de lo que nos gustaría. Ratas enjauladas que desesperan para obtener algo que calme sus necesidades, salvo que en nuestro caso no se trata de comida. Ellas, omnívoras, no hacen ascos a frutos, raíces, pequeños insectos o incluso a desperdicios de nosotros los humanos. Nosotros buscamos satisfacer nuestras necesidades de una manera determinada, pero si no lo conseguimos, probaremos con otros caminos hasta obtener algo que nos calme, a menudo bastante diferente a lo que buscábamos inicialmente. Y desde luego no siempre nos satisface lo suficiente. No es extraño que una rata devore a sus congéneres, como no es extraño que nosotros destrocemos a los nuestros. Y todos los hacemos, en mayor o menor medida.
Las ratas poseen, como nosotros, metacognición, y
también son conocidas sus habilidades de aprendizaje. Ante X ensayos sin
obtener su alimento, una rata de laboratorio dejará de pulsar la palanca que se
lo administraba –extinción-, por mucho que al principio la hubiera pulsado con
mucha más frecuencia. Nosotros, superiores en la escala de evolución, muchas
veces necesitaremos infinitos ensayos para entender que nuestras acciones no
nos conducen a la satisfacción de la necesidad que nos mueve. Rectifico, muchas
veces ni siquiera seremos capaces de entender eso. Pero en fin, también a
menudo tenemos dificultades para reconocer qué necesidad es exactamente la
imperante, y confundimos el “hambre” con la “gula”.
Si fuéramos ratas, serían incontables las ocasiones
en que habríamos recibido descargas eléctricas mientras tratábamos de conseguir
nuestro refuerzo positivo. Como humanos, nos chocamos una y otra vez con esa
pared o nos encontramos encerrados en un ciclo del que no podemos salir porque
ya nos hemos acostumbrado a él. O peor, desarrollamos una indefensión
aprendida, que en términos cotidianos supone rendirse, resignarse, convertirnos
en seres pasivos que prefieren morirse de hambre antes que arriesgarse de nuevo
a buscar aquello que necesitan.
Las ratas son daltónicas y no pueden distinguir los
colores; nosotros pretendemos que todo sea blanco o negro, y los grises nos
provocan comportamientos desde autodestructivos hasta hipercontrolados, solo
unos pocos son capaces de entender la belleza de la escala de grises.
Aprendí que, en realidad, somos ratas. Una variante
estúpida de las ratas, que teniendo casi todo a nuestra disposición caemos en
juegos absurdos, en relaciones tóxicas, en comportamientos o pensamientos que
nos dañan. Todo para satisfacer unas necesidades que probablemente nunca puedan
satisfacerse al cien por cien. No nos conformamos y seguimos buscando, pero se
nos olvida el detalle de que si lo que queremos no estaba ahí, no va a estarlo
tampoco más tarde. Y si alguna vez estuvo ya no va a volver. Las ratas saben
eso. Saben reconocer los imposibles. Los humanos, sin embargo, no.
No hay comentarios:
Publicar un comentario