Hoy, día de mi 27 cumpleaños, comparto con vosotros mi último artículo escrito para Malicieux Magazine. El último de una andadura maravillosa y de la que vosotros habéis sido partícipes. ¡Y hasta que la vida nos junte de nuevo!
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Como sabéis por mi perfil de colaboradora, soy psicóloga y sexóloga. Estudié
psicología porque consideraba que valía para ello. O, mejor dicho, que había
nacido para ello. Siempre solían decirme que sabía dar buenos consejos, y eso
que no era tan fácil cuando tenía que aplicármelos a mí. Muchos dicen que lo de
la vocación es un mito, y puede de hecho que tengan razón. Pero yo quiero creer
que lo justo y lo ideal es poder
dedicarte a lo que has querido siempre. Y, por supuesto, ser bien pagado/a
por ello. En mi caso la decisión no fue tan sencilla, dado que desde mi casa me
animaban a estudiar una ingeniería. Tenía demasiado buen expediente académico
como para “solo” estudiar psicología.
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Posteriormente empecé mis estudios de Máster. Algo que desde
el primer día me pareció un enorme acierto. Cada clase contaba con mi total
interés, y solo a última hora de los sábados, ya cansada del intensivo, me
costaba mantener la atención. Los profesores me parecieron totalmente expertos
en su campo, y nos llevaron a cuestionar
nuestras propias pautas de relacionarnos con los demás y sobre todo con
nuestras parejas. Quitaron de nuestras cabezas cualquier resquicio de coitocentrismo y nos introdujeron en un
mundo de bilingüismo sexual donde
prácticamente casi todo era cuestión de matices. Tanto mis
compañeros como yo empezamos a expresarnos en términos más técnicos cuando
hablábamos de diferencias (o no) entre hombres y mujeres, y obtuvimos las
pautas para tratar de entendernos sin perdernos en el camino. Una habilidad no
solo fundamental cuando quieres dedicarte al mundo de la sexología, sino,
también, y casi más importante, para tu vida personal.
Aun así, cuando cuentas a la gente que eres sexóloga, todavía
hay quien no es capaz de ver más allá del morbo y de los genitales. Por
supuesto, también hay quien ha agradecido mucho mis conocimientos y, casi como
era de esperar, me he convertido en la consejera (o confesora) de los problemas
de pareja de muchos de mis allegados.
Así que para no perder la costumbre voy a aprovechar para
dirigirme a todos, solteros y emparejados, casados y divorciados,
heterosexuales, gays, lesbianas, bisexuales y transexuales, personas con algún
tipo de discapacidad y personas sin ella. A todos os animo a buscar la mejor forma de disfrutar vuestra
sexualidad de una forma plena y que os haga sentir felices. Ah, en el caso
de manifestar dificultades, no dudar en solicitar ayuda a profesionales de la
psicología y sexología que puedan poner
un poco de luz donde todo parece estar oscuro.
Ah, y antes de que se me olvide, os dejo el mejor consejo que
os pueden dar: el mejor consejo es aprender
a quererte y respetarte antes de esperar que otros lo hagan. Frase muy
repetida, pero que no siempre resulta fácil de aplicar.
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