martes, 29 de abril de 2014

La sensibilidad...¿sexuada?




Hoy os hablo sobre si la sensibilidad es un rasgo que diferencia a los hombres de las mujeres. ¿Vosotros qué pensáis?


Se han escrito muchas páginas acerca de la supremacía femenina en cuanto a sensibilidad, casi hasta llegar a un esperpento donde ellas son meras hormonas con patas y ellos simples piedras sin capacidad alguna para sentir. A esta idea contribuyen incluso libros de corte biológico, como El cerebro femenino, donde el estado de ánimo de la mujer prácticamente covaría según su momento del ciclo menstrual. Por otro lado, la autora hace referencia a una capacidad superdesarrollada en el cerebro femenino para leer las caras e interpretar los tonos de voz, dejando claro que ellos no la tienen. Las mujeres, al tener más neuronas espejo, serían más capaces de reflejar las sensaciones y emociones de sus parejas masculinas, identificando éstas incluso antes de que los hombres fueran conscientes de que las tuvieran. Con esa sensibilidad tan afinada, ellas demandarían la misma capacidad en los varones, quienes, por el contrario, serían, no solo más lentos para detectar el significado emocional, sino prácticamente nulos a la hora de consolar a sus parejas. Pero si esto fuera así, ¿no estaría la frustración servida para el resto de nuestra vida, en convivencia con el otro sexo? ¿Deberían ellos asistir a una especie de cursillo para alcanzar esos super poderes femeninos en cuanto a sensibilidad, empatía y expresión de afectividad?

Aun a riesgo de que me tachen de osada, diré que los hombres también sienten. Sí, puede parecer una temeridad aventurarme a hacer tal afirmación, pero alguien tiene que romper una lanza a su favor. Los hombres sienten, sufren y hasta lloran, aunque sea algo tan difícil de ver como las estrellas fugaces. Porque de ellos se espera que sean valientes, fuertes, decididos e inescrutables. Que se atrevan a dar el primer paso y que se esfuercen por conseguir a la mujer deseada. Se espera que sean varoniles y hasta feroces, no pudiendo mostrar públicamente sus debilidades. Cuando lo están pasando mal, se valdrán de la intimidad y el anonimato que les proporciona su casa u otros lugares, o de fingir seguir siendo ese personaje que se han creado para que los demás no detecten su talón de Aquiles. Los libros que apuntan a las diferencias entre hombres y mujeres nos dirán que, mientras ellas están acostumbradas a recibir atención y cariño en los malos momentos y a expresar sus preocupaciones, ellos lo están a evitar el contacto social y a ocultar sus miedos e inseguridades. Tampoco nos hemos alejado tanto de la idea del párrafo anterior.

No es cuestión de negar que tales diferencias existen, dado que sería, de hecho, una absurdez y una falsedad. El problema viene en no contemplar las excepciones, que han de existir en cualquier buena regla. Ni todas las mujeres se emocionan con peluches y películas románticas, ni todos los hombres son incapaces de mostrar abiertamente sus sentimientos. Tópicos y claves sobre cómo actuar con la mujer ávida de mimitos y con el hombre mudo en emociones existen a raudales, el problema viene cuando los papeles se intercambian y los roles quedan enmarañados en un caos difícil de despejar. Esa mujer dominante, racional, fuerte y segura de sí misma que al inicio resulta altamente atractiva para ellos, pasa a ser vista como una competidora en la lucha interna de poder, sirviéndose de armas que no se esperaría que la mujer blandita supiera utilizar. Y que no se les ocurra agasajarlas con detalles azucarados porque se encontrarán con el rechazo y la burla. Ellos, que han recibido múltiples mensajes acerca de la necesidad de, al menos, chapurrear el llamado lenguaje femenino, se encuentran con mujeres que se empeñan en repudiar su lengua y, por el contrario, robarles el de los hombres. Y eso que a priori pudiera verse como ventajoso al no necesitar de traductores, se convierte asimismo en problema, por no prever tales circunstancias. Ellos se sienten amenazados y ellas, incomprendidas. Por otra parte, ojito con el hombre que se muestre demasiado sensible, que de ser al principio valorado positivamente por su pareja, pasará a perder su atractivo y a considerarse más un hermano que un amante. A ellas les gusta que ellos sean cariñosos, pero no que lloren más que ellas viendo El diario de Noa. Al fin y al cabo, eso no es lo que se les ha vendido desde tiempos inmemoriales sobre lo que son los hombres “de verdad”. 

Pero aquí hay muchos que nos contestarían que este tipo de mujeres y de hombres serían solo disfraces puntuales para, precisamente, salvar las dificultades de los estereotipos, y que en el fondo esa mujer dominante y controladora se pone a llorar una vez cierra el cerrojo del baño, o que ese hombre que va de sensible en realidad lo hace para asegurarse una buena noche de sexo. Así las cosas, el debate está servido.


Alejandra Enebral