Se han escrito muchas páginas acerca de la
supremacía femenina en cuanto a sensibilidad, casi hasta llegar a un
esperpento donde ellas son meras hormonas con patas y ellos simples piedras sin
capacidad alguna para sentir. A esta idea contribuyen incluso libros de corte
biológico, como El cerebro femenino, donde el estado de ánimo de la mujer
prácticamente covaría según su momento del ciclo menstrual. Por otro lado, la
autora hace referencia a una capacidad superdesarrollada en el cerebro femenino
para leer las caras e interpretar los tonos de voz, dejando claro que ellos no
la tienen. Las mujeres, al tener más neuronas espejo, serían más capaces de reflejar
las sensaciones y emociones de sus parejas masculinas, identificando éstas
incluso antes de que los hombres fueran conscientes de que las tuvieran. Con
esa sensibilidad tan afinada, ellas demandarían la misma capacidad en los
varones, quienes, por el contrario, serían, no solo más lentos para detectar el
significado emocional, sino prácticamente nulos a la hora de consolar a sus
parejas. Pero si esto fuera así, ¿no estaría la frustración servida para el
resto de nuestra vida, en convivencia con el otro sexo? ¿Deberían ellos asistir
a una especie de cursillo para alcanzar esos super poderes femeninos en cuanto
a sensibilidad, empatía y expresión de afectividad?
Aun a riesgo de que me tachen de osada, diré que los
hombres también sienten. Sí, puede parecer una temeridad aventurarme a
hacer tal afirmación, pero alguien tiene que romper una lanza a su favor. Los
hombres sienten, sufren y hasta lloran, aunque sea algo tan difícil de ver como
las estrellas fugaces. Porque de ellos se espera que sean valientes, fuertes,
decididos e inescrutables. Que se atrevan a dar el primer paso y que se
esfuercen por conseguir a la mujer deseada. Se espera que sean varoniles y
hasta feroces, no pudiendo mostrar públicamente sus debilidades. Cuando lo
están pasando mal, se valdrán de la intimidad y el anonimato que les
proporciona su casa u otros lugares, o de fingir seguir siendo ese personaje
que se han creado para que los demás no detecten su talón de Aquiles. Los
libros que apuntan a las diferencias entre hombres y mujeres nos dirán que, mientras
ellas están acostumbradas a recibir atención y cariño en los malos momentos y a
expresar sus preocupaciones, ellos lo están a evitar el contacto social y a
ocultar sus miedos e inseguridades. Tampoco nos hemos alejado tanto de la
idea del párrafo anterior.
No es cuestión de negar que tales diferencias
existen, dado que sería, de hecho, una absurdez y una falsedad. El problema
viene en no contemplar las excepciones, que han de existir en cualquier
buena regla. Ni todas las mujeres se emocionan con peluches y películas
románticas, ni todos los hombres son incapaces de mostrar abiertamente sus
sentimientos. Tópicos y claves sobre cómo actuar con la mujer ávida de mimitos
y con el hombre mudo en emociones existen a raudales, el problema viene cuando
los papeles se intercambian y los roles quedan enmarañados en un caos
difícil de despejar. Esa mujer dominante, racional, fuerte y segura de sí misma
que al inicio resulta altamente atractiva para ellos, pasa a ser vista como una
competidora en la lucha interna de poder, sirviéndose de armas que no se
esperaría que la mujer blandita supiera utilizar. Y que no se les ocurra
agasajarlas con detalles azucarados porque se encontrarán con el rechazo y la
burla. Ellos, que han recibido múltiples mensajes acerca de la necesidad de, al
menos, chapurrear el llamado lenguaje femenino, se encuentran con mujeres que
se empeñan en repudiar su lengua y, por el contrario, robarles el de los
hombres. Y eso que a priori pudiera verse como ventajoso al no necesitar de
traductores, se convierte asimismo en problema, por no prever tales
circunstancias. Ellos se sienten amenazados y ellas, incomprendidas. Por
otra parte, ojito con el hombre que se muestre demasiado sensible, que de ser
al principio valorado positivamente por su pareja, pasará a perder su atractivo
y a considerarse más un hermano que un amante. A ellas les gusta que ellos sean
cariñosos, pero no que lloren más que ellas viendo El diario de Noa. Al fin y
al cabo, eso no es lo que se les ha vendido desde tiempos inmemoriales sobre lo
que son los hombres “de verdad”.
Pero aquí hay muchos que nos contestarían que este
tipo de mujeres y de hombres serían solo disfraces puntuales para,
precisamente, salvar las dificultades de los estereotipos, y que en el fondo
esa mujer dominante y controladora se pone a llorar una vez cierra el cerrojo
del baño, o que ese hombre que va de sensible en realidad lo hace para
asegurarse una buena noche de sexo. Así las cosas, el debate está servido.
Alejandra Enebral