martes, 17 de noviembre de 2015

Secretos


Hablemos de secretos... ¿Es bueno o malo tener secretos? ¿Qué clase de secretos guardamos? ¿Por qué? ¿Qué consecuencias tiene contarlos?


Hay secretos que contamos a solo a nuestros más allegados, sabiendo que los guardarán con el mismo cuidado que nosotros. Secretos que en realidad son un secreto a voces, y que, lo contemos o no, se saben. Secretos que corren como el agua en una cascada. Y, por último, secretos que nunca hemos contado y nunca contaremos.
Nuestros secretos nos mantienen a salvo. Nos protegen de posibles prejuicios y perjuicios. Nos hacen sentir que tenemos nuestro pequeño espacio privado. Donde nadie más puede entrar. Donde no queremos que nadie entre. Son esos pensamientos, esas ideas, esas experiencias que nunca te atreverías a contar. Porque incluso a ti, a veces, te asustan. Los secretos pueden hacernos sentir libres o prisioneros. Libres de poder pensar, sentir, actuar con total impunidad, en ausencia de la mirada evaluadora de los demás. Prisioneros de no poder soportar nuestros propios secretos.


¿Por qué guardamos un secreto?

La respuesta depende de a qué se refiere dicho secreto. No es lo mismo guardar un secreto personal o familiar, que guardarle el secreto a un amigo. Ni tampoco es lo mismo si se refiere directamente a nosotros mismos o a otros. Sabemos que si revelamos el secreto de otro, estaremos traicionando su confianza, lo que ocasionará una brecha en la relación. O, si se trata por ejemplo de un psicólogo, estaría violando su ética profesional. Sin embargo, cuando revelamos un secreto personal, somos nosotros mismos nuestros jueces. Solemos encontrarnos ante la tesitura de escoger entre contar aquello que nos obsesiona y arriesgarnos a ser juzgados, o podemos seguir escondiendo nuestras miserias para ahorrarnos juicios que nos importunen. También podemos pensarlo de la otra forma: revelar nuestro secreto puede ayudar a que nos encontremos mejor o incluso a que encontremos comprensión y consuelo, o bien podemos ocultarlo y sentir un malestar que no cesa. El balance entre costes y beneficios será lo que hará que nos decantemos por una u otra opción. Y es que en muchas ocasiones no es hasta que nos encontramos realmente angustiados cuando decidimos soltar esa pesada carga.


¿Cuáles son las consecuencias de guardar un gran secreto? 

En un estudio publicado en 2012 en el Journal of Experimental Psychology, se pidió a 40 personas que habían sido infieles a sus parejas que expresaran cómo de pesadas les parecían una serie de tareas cotidianas, como subir unas escaleras con unas bolsas en la mano. Aquellos que consideraban que su infidelidad era un pensamiento recurrente y angustioso en sus mentes, describían las tareas como más agotadoras.

En la misma dirección, varias investigaciones apuntan a que las personas que guardan secretos son más propensas a desarrollar problemas físicos y psicológicos. Desde este punto de vista, la enorme carga de tener un secreto, podría llevar a unas consecuencias psicosomáticas como dolores de cabeza o musculares. Por el contrario, aquellos que se liberaban de su secreto más profundo, mejoraban notablemente tiempo después.


¿A quién le contamos nuestros secretos?

Es evidente que solo contaríamos nuestros secretos más íntimos a personas en las que creamos que podemos confiar. Quizás sean nuestros familiares, nuestros amigos o nuestra pareja. O quizás preferimos tirar de profesionales como el médico o el psicólogo. O tal vez prefiramos confiarlos al sacerdote. 

Algo interesante de los secretos es que, de contarlos, no siempre se busca una solución o consejo sobre los mismos. Sin embargo, las personas solemos verter nuestras opiniones y consejos a los comentarios que nos hacen los demás, pensando que, quizás, es eso lo que buscan. Sin embargo, muchas personas logran la misma sensación de “desahogo” cuando dirigen sus secretos a su Dios, lo cual también es perfectamente válido.

¿Qué tipo de secretos ocultamos?

A menudo, aquellos que llevan de la mano una inseguridad, una experiencia de fracaso, una verdad que sabemos que podría acabar con algo que valoramos. Escondemos aquello que sabemos que puede hacer daño a una persona que queremos. Una vivencia traumática que no queremos rememorar. Una acción que sabemos que los demás juzgarán como equivocada. Un pensamiento que esperamos que se pase, para así no tener que sentir que lo estamos ocultando. 




jueves, 5 de noviembre de 2015

¿Qué me pasa cuando eyaculo?



Hoy comparto con vosotros mi primer artículo para la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap). 
En este caso, tratamos de dar cabida a muchas de las dudas relacionadas con la eyaculación.

¿Se conoce realmente en qué consiste la eyaculación? ¿Cómo se produce? ¿Cuándo? No basta con saber que es “algo” que existe y que les pasa a los hombres. Tampoco con decir que suele acompañarse de sensaciones agradables. Como se puede intuir, es mucho más que eso.


¿Cuándo empieza la capacidad para eyacular?

La eyaculación empieza con la llegada de la pubertad. También marca el comienzo de su capacidad reproductiva. La edad media del inicio de la pubertad en los varones se sitúa en torno a 11/12 años. Tiene una duración de 3-4 años. Comprende cambios progresivos a todos los niveles, entre los que se incluyen la sexualidad. Se observa un aumento del pene y de los testículos. Aparecen los caracteres sexuales secundarios (vello púbico, cambio en el tono de voz, aumento de la masa muscular, etc). Finalmente, se dan las primeras eyaculaciones.

¿Cómo se produce la eyaculación?

Antes de contestar a esta pregunta, vamos a repasar la anatomía genital masculina. Los testículos tienen la función de producir los espermatozoides. El epidídimo situado en la parte superior de los mismos, los guarda hasta que maduran. Allí adquieren su capacidad de fecundar.
Una vez maduros, los espermatozoides saldrán por los conductos deferentes hasta las vesículas seminales. Son unos depósitos donde se mantienen los espermatozoides y se mezclan con el líquido prostático y el líquido seminal, que facilita su conservación y movilidad. La mezcla de los espermatozoides y estos fluidos es la que compone el semen. Posteriormente, el semen es impulsado por los conductos eyaculatorios hasta la uretra. Hasta aquí hablaríamos de la fase de emisión del semen, la primera etapa del proceso de la eyaculación.
En la segunda fase, se cierra el esfínter de la vejiga y la uretra se convierte en una especie de cámara a presión sometida a distintas contracciones. A continuación, se produce la expulsión del semen, a través del extremo de la uretra, que se encuentra en la punta del glande. Este proceso de salida del semen al exterior es lo que se conoce como “eyaculación”.

¿Cuándo se produce la eyaculación?

Eyaculación y orgasmo... ¿es lo mismo?

¿Para qué se eyacula?


Si estás interesado/a en la respuesta a estas preguntas y quieres leer el artículo completo, pincha en el siguiente enlace:



miércoles, 4 de noviembre de 2015

¿Por qué es importante tener una buena autoestima para disfrutar de nuestra sexualidad?



Hoy os dejo un interesante vídeo sobre la autoestima y su relación con la sexualidad. Y recuerda: para que los demás nos quieran tenemos que querernos nosotros a nosotros mismos.