Hablemos de secretos... ¿Es bueno o malo tener secretos? ¿Qué clase de secretos guardamos? ¿Por qué? ¿Qué consecuencias tiene contarlos?
Hay secretos que contamos a solo a nuestros
más allegados, sabiendo que los guardarán con el mismo cuidado que nosotros. Secretos
que en realidad son un secreto a voces, y que, lo contemos o no, se saben.
Secretos que corren como el agua en una cascada. Y, por último, secretos que
nunca hemos contado y nunca contaremos.
Nuestros secretos nos mantienen a salvo. Nos protegen
de posibles prejuicios y perjuicios. Nos hacen sentir que tenemos nuestro
pequeño espacio privado. Donde nadie más puede entrar. Donde no queremos que
nadie entre. Son esos pensamientos, esas ideas, esas experiencias que nunca te
atreverías a contar. Porque incluso a ti, a veces, te asustan. Los secretos
pueden hacernos sentir libres o prisioneros. Libres de poder pensar, sentir,
actuar con total impunidad, en ausencia de la mirada evaluadora de los demás. Prisioneros
de no poder soportar nuestros propios secretos.
¿Por qué guardamos un secreto?
La
respuesta depende de a qué se refiere dicho secreto. No es lo mismo guardar un
secreto personal o familiar, que guardarle el secreto a un amigo. Ni tampoco es
lo mismo si se refiere directamente a nosotros mismos o a otros. Sabemos que si
revelamos el secreto de otro, estaremos traicionando su confianza, lo que ocasionará
una brecha en la relación. O, si se trata por ejemplo de un psicólogo, estaría violando
su ética profesional. Sin embargo, cuando revelamos un secreto personal, somos
nosotros mismos nuestros jueces. Solemos encontrarnos ante la tesitura de
escoger entre contar aquello que nos obsesiona y arriesgarnos a ser juzgados, o
podemos seguir escondiendo nuestras miserias para ahorrarnos juicios que nos importunen.
También podemos pensarlo de la otra forma: revelar nuestro secreto puede ayudar
a que nos encontremos mejor o incluso a que encontremos comprensión y consuelo,
o bien podemos ocultarlo y sentir un malestar que no cesa. El balance entre
costes y beneficios será lo que hará que nos decantemos por una u otra opción. Y
es que en muchas ocasiones no es hasta que nos encontramos realmente
angustiados cuando decidimos soltar esa pesada carga.
¿Cuáles son las consecuencias de guardar un gran
secreto?
En un
estudio publicado en 2012 en el Journal of Experimental Psychology, se pidió a
40 personas que habían sido infieles a sus parejas que expresaran cómo de
pesadas les parecían una serie de tareas cotidianas, como subir unas escaleras con
unas bolsas en la mano. Aquellos que consideraban que su infidelidad era un
pensamiento recurrente y angustioso en sus mentes, describían las tareas como
más agotadoras.
En la
misma dirección, varias investigaciones apuntan a que las personas que guardan
secretos son más propensas a desarrollar problemas físicos y psicológicos. Desde
este punto de vista, la enorme carga de tener un secreto, podría llevar a unas
consecuencias psicosomáticas como dolores de cabeza o musculares. Por el
contrario, aquellos que se liberaban de su secreto más profundo, mejoraban
notablemente tiempo después.
¿A quién le contamos nuestros secretos?
Es
evidente que solo contaríamos nuestros secretos más íntimos a personas en las
que creamos que podemos confiar. Quizás sean nuestros familiares, nuestros
amigos o nuestra pareja. O quizás preferimos tirar de profesionales como el
médico o el psicólogo. O tal vez prefiramos confiarlos al sacerdote.
Algo interesante
de los secretos es que, de contarlos, no siempre se busca una solución o
consejo sobre los mismos. Sin embargo, las personas solemos verter nuestras opiniones
y consejos a los comentarios que nos hacen los demás, pensando que, quizás, es
eso lo que buscan. Sin embargo, muchas personas logran la misma sensación de “desahogo”
cuando dirigen sus secretos a su Dios, lo cual también es perfectamente válido.
¿Qué tipo de secretos ocultamos?
A menudo,
aquellos que llevan de la mano una inseguridad, una experiencia de fracaso, una
verdad que sabemos que podría acabar con algo que valoramos. Escondemos aquello
que sabemos que puede hacer daño a una persona que queremos. Una vivencia
traumática que no queremos rememorar. Una acción que sabemos que los demás juzgarán
como equivocada. Un pensamiento que esperamos que se pase, para así no tener
que sentir que lo estamos ocultando.