miércoles, 17 de septiembre de 2014

¡Aclarando ideas! (I)

Hoy os planteo un pequeño examen sobre el uso de una de las palabras que más empleamos en nuestras conversaciones con nuestros amigos.


 Cuando hablamos de “sexo”, ¿a qué nos referimos?

El “sexo” es el tema central de multitud de coloquios, charlas, artículos de revistas… ¿siempre se refieren a lo mismo?

Empleamos la palabra “sexo” para hablar de un montón de cosas, relacionadas pero diferentes, lo que alimenta la confusión que genera su uso. Por ejemplo, hablamos de “practicar sexo”, de “los cuidados durante el sexo oral”, de “sexo” como condición biológica (hombre / mujer), como colectivo (ej: “sexo débil”), como sinónimo de sexualidad o de placer… ¡Hasta como sinónimo de pene/vulva/vagina!

La existencia de tantos significados y la carga subjetiva de muchos de ellos, llevan a que exista una especie de tabú en todo lo “sex-“ ,o yéndonos al otro extremo, de, llamémoslo, obsesión (si es sana o no, eso es otra historia…)

No quiero decir que ya no podamos hablar de todo ese “sexo”, pero sí que es importante que partamos de saber lo que es en realidad. Y me temo que no es solo eso “que se hace” o los genitales que se tienen. “Sexo” es lo que somos, hombres y mujeres. Y como tal, cuando hombres y mujeres nos relacionamos, sea de la forma que sea, lo que hay es una relación entre sexos. ¡Y aquí cuidado! Si sexo se refiere a lo que somos, entonces, ¿cómo llamamos a “lo que hacemos con nuestra pareja en la cama”? Pues bien, en ese caso hablamos de “relaciones eróticas” o “encuentros eróticos”, términos más acordes. 

Pero volvamos a ese “sexo” que somos. ¿Qué ocurre si nuestra condición biológica difiere de nuestra identidad sexual? ¡Otra confusión! Aquí quien gana la partida es el “cómo nos sentimos”, es decir, la identidad. El “sexo” se constituye por una sucesión de acontecimientos biológicos, psicológicos y sociales, así que no serán solo nuestros cromosomas los que determinen nuestra “etiqueta”. Ni siquiera la sociedad tiene todo el poder para imponernos nada. ¡Somos nosotros y nuestros sentimientos los que prevalecemos a la hora de reivindicar un sexo u otro (o incluso ninguno, desde algunos colectivos)!

¡Ala, a digerir todo este lío terminológico! ¡Que hasta yo sigo metiendo la pata!


Alejandra Enebral 

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